viernes, 14 de diciembre de 2012

Burbuja


Can you hear me? Bob Chilcott




A veces me siento como en una burbuja. Mi voz, pálida, rebota en las frágiles paredes. Nadie me oye.
Un día conseguí salir. En un acceso de rabia, golpeé la burbuja con todas mis fuerzas hasta hacerla estallar. Una marea de agua irrumpió a toneladas en lo que hasta entonces había sido mi hogar. Me sentí arrastrado por ello, incapaz de cambiar de dirección, o de luchar, o de escapar. Desperté, días más tarde, mecido por las ondulantes olas. Abrí unos ojos vidriosos y los clavé en esa luz brillante que era el sol, y nos los cerré hasta que las lágrimas me emborronaron la visión. Seguí flotando, flotando. El arrullo del agua en los oídos me adormecía. Y flotando, flotando. En el agua todo flota, al final. Comencé a relajarme; por fin había salido de aquella horrible burbuja, aquella transparente cárcel que, en ocasiones, rompía la luz como en cientos de colores y los vertía en mi rostro. Me relajé muchísimo. Mucho, mucho. Demasiado. Una turbia calidez me envolvió los piernas, y mi cara se contrajo con una sonrisa plácida y bastante torcida.
Entonces empezaron los gritos.
-¡Oh, por Dios, será marrano!
-¡Que aquí se bañan los niños, sinvergüenza!
Ya no flotaba. Empecé a sacudirme como el pez ahogado que era, y desperté.
Estaba en la piscina pública de la urbanización. Una muchedumbre de padres enfurecidos y niños asqueados, ridículamente disfrazados con manguitos y bañadores de Bob Esponja, me contemplaban con indignación y desprecio. Contemplé el círculo amarillento alrededor de mí y el otro mucho más grande de agua sin personas. Todas habían huido: lejos, lo más lejos posible de mi.
De pronto, eché de menos aquella burbuja.

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