Ume no hana o orite hito ni okurikeru - Tomonori Kimi nara de tare ni ka misemu ume no hana Iro o mo kaori o mo shiru hito zo shiru.
Poema escrito al cortar una flor y mandársela a alguien - Por Tomonori Si no es a ti, ¿a quién le podría enseñar la flor del ciruelo? La única persona que entiende esta flor es aquella persona que entiende al mismo tiempo su forma y su aroma…
La
canción me oprimía el pecho, la garganta, los ojos, como una gran bola de frío
temor. Sentí las lágrimas acudir, prestas, a la llamada. Deseosas de correr, en
pos de aquello que habían perdido, en pos de aquello que habían olvidado. La
lluvia caía y ellas seguían retenidas, y la canción sonaba, y la melodía se
apagaba y se volvía a encender, y era tan hermosa como todas las estrellas
juntas. ¿Cómo pueden existir cosas tan bellas? En medio de la oscuridad, el
dolor, la guerra y el odio, surgen cosas hermosas. Poemas, besos, alguien cuyo
corazón aun late esperanzado, cuyos dedos recorren las teclas del piano como
quien recorre el cuerpo de una amante familiar. Qué hermoso es este mundo, si
aun hay esperanza.
De
nuevo, encuentras algo que te hace ser feliz. Un pequeño retazo de canción que
hace ya mucho olvidaste, y que ahora recuerdas como quien se reencuentra con un
viejo amigo. Quizás una pintura, donde se retrate la luz del verano y la fría
nostalgia con la que te arropa el invierno. Los tonos dorado y ocre del otoño,
la multitud de colores que nos arroja la primavera. Quizás solo unas pequeñas
palabras. Perdidas, hermosas, que te hacen ver en la oscuridad. Una voz, un
movimiento, una pequeña sonrisa en unos labios siempre tristes. Te renuevan la
felicidad, la alegría, el anhelo de despertar y sentir que el mundo es tuyo,
que la infinidad de posibilidades de futuro están al alcance de tu mano. El
conocimiento, la percepción del mismo conocimiento. Los bigotes de un gato, que
te hacen cosquillas. Un té caliente, y relajante, envuelta en una manta y
echada sobre el amor de tu vida. Simplemente, hundir las manos en el agua fría,
y respirar.
Hoy
sabía que iba a morir, y aun así aquella pequeña y polvorienta cajita de música
me levantó el ánimo. Sonreí, y aquella sonrisa que no podía ver se me antojó
triste y cruel. Burlona. Sádica. Siniestra. Aquella sonrisa que imaginaba
grapada en mi mente también me levantó el ánimo. Me levanté del suelo, con la
caja entre las manos. Seguía sonando, incansable, aquella melodía que me
deseaba una feliz muerte, y me llenaba de melancolía. Por un instante estuve
tentada de lanzarla por los aires, y estrellarla contra la pared hasta que
aquellas notas cortantes y deliciosas desaparecieran del mundo, pero me limité
a cerrar la tapa hasta que enmudecieron. No sirvió de nada, la canción seguía
en mi cabeza. Pero ya daba igual. Me sacudí las pelusas de las piernas y del
pelo, y acto seguido estornudé. No debí haberme quedado a dormir allí, en ese
desván húmedo y polvoriento, lleno de recuerdos viejos y rotos, de sonrisas
cruentas desde los retratos cubiertos por sábanas sucias. No debí, con aquella
caja abierta delante de mis ojos. Sonando, una y otra vez. Aquella figurita de
la bailarina, sin una pierna y una mano, girando en un frío vals de muerte,
dando vueltas y más vueltas, sin cansarse, mirándome con ojos vacíos y una
regia sonrisa, como muy de señorita. Gira, y gira, igual que las agujas de un
reloj. Quedaba poco, poco para que aquella música se apagase de una vez, por
fin, en mi mente.
Miré
por última vez aquel lugar. Aquellas paredes viejas y enmohecidas, repletas de
telarañas y termitas. Miré los muebles, cubiertos al igual que los retratos,
pero que se podían adivinar bajo la caída de la tela. Miré el baúl, ese
horrible baúl de roble y brezo, lleno de cenizas de tiempos pasados, más
hermosos. Llenos de fotografías que rezumaban esperanza. Esperanza.
Ah,
sí, y por último miré la caja. En el suelo, abandonada. No merecía ser
abandonada. Nadie merecía ser abandonado.
Saqué
la pistola y acabé con lo que nunca debió empezar. Aun resuenan en mi mente
aquellas notas estridentes que, como agujas, atravesaron la caja hecha pedazos
por el disparo.