sábado, 15 de diciembre de 2012

Alegoría de un suspiro

Suspiro. El aire se escapaba, muy lentamente, entre mis labios. Mi alma, mi espíritu, lo dejé escapar. Vi tras la película vidriosa de lágrimas como huía, libre, un aliento cálido y frío al mismo tiempo. La vi fundirse con el viento y jugar con las estrellas. No le dije adiós.
Con un pestañeo, liberé a su vez aquellas lágrimas ardientes y grandes, feas y dolorosas. Las sentí resbalando por mis mejillas; un rastro húmedo y punzante. Tampoco sentí la necesidad de despedirme. ¿Para qué? No eran nada.
La piel de punta, me clavé las uñas en la palma de la mano hasta sangrar. Las gotas escarlatas también me abandonaron, con suavidad y discreción. Corrieron entre los dedos, cayeron al suelo. Parecieron bailar mientras descendían, tan rojas que parecían irreales. Alice. La imaginé a su vez resbalando por la madriguera de aquel conejo travieso y aterrizando en un mundo loco. La envidié. No me parecía tanta su locura, comparándola a la mía. A mi alma huidiza, a mi tristeza eterna. A las estrellas que no podía tocar y la sangre que no era mía.


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